IX

Soy un mosaico gris, negro y blanco. Un grabado compuesto de gruesos y profundos surcos. Repugnante. Una trágica noche vi una espesa nube blanca salir de su cuerpo. Me sentí contento. Me acerqué a ella y acaricié su rostro. La quería mucho. Estaba convertida en una vizcosa masa, mezcla de hematomas, lágrimas y sangre. Lloré. La vida me desgarró, me puso bombas por dentro y las hizo explotar lentamente. Pensé que estaba muerta, sin embargo abrió los ojos. Quise (verla) morir. Violentos-voraces gritos; estrepitosos-estridentes latigazos y helados-eternos silencios dejaron cicatrices en su alma y en la mía. Pero a ella no sólo la golpearon, a ella la vapulearon: toda su vida fue prisionera de un manto púrpura del que no pudo salir ni siquiera cuando murió sola, vieja y loca, una noche que nadie recuerda. Entonces nos damos cuenta que vivimos de la destrucción; nos percatamos de que los artistas seriaron la producción de mosaicos sin color; de que la infernal matriz no graba nada más que garabatos, y aun así, seguimos sin tener la más mínima de lo terrible que es nuestro destino.