Desquimales (parte 06)

El colorido titilar de Venus lo guiaba en la penumbra. Buscando el correcto sendero se encontró de improviso con aquél que marcaba la entrada a las tierras de Kniüm. El silbido casi imperceptible mezclado con el chasquear de dedos demostraba la inquietud vigorosa que se apoderaba de él. Lentamente los astros completaban sus elipsis, marcando en un mudo avanzar los lindes temporales que debiesen haberse llenado con situaciones preconcebidas en la multiplicidad de realidades sucedidas en la anterior jornada. Pero...

Los perfumes invadían todos los rincones del recinto, y claro, ayudaban a camuflar los imperceptibles pero evidentes resabios del ácido ocupado en la nocturna incursión. Una sonrisa se descubrió en su faz a medida que comenzaba a experimentar un calor nuevo . No, ya no se debía a los nervios, más tranquilo no podía estar. Todo marchaba perfecto, se había encomendado a Kpióka, y sabía que el desenlace se acercaba conforme el salón albergara más asistentes.

Y también recordaba el tibio restregar de la espigas en las piernas mientras corría. Sentía como el musgo se deshacía bajo sus pies. Evocaba el inquieto y profundo resquebrajar de los hielos. Y ahora todo era gris. Faltaba poco para descifrar los acertijos, las mechas habían sido encendidas con puntualidad, los minuteros emprendían una alocada carrera tras segunderos rebeldes que entorpecían el correcto avanzar.

"Ambos enfundados en las sábanas, hermano, oh fue divino te lo juro. ¿Sabes? Su piel es exquisita, sus pechos firmes, sus caderas generosas anchas, sus culo, su culo. Es una hembra fenomenal. Mientras estábamos en la cama me olvidé de todo. El alzamiento, la rebelión contra ya sabes quien (recuerda guaradar compostura con las circunstancias). Nada importaba más que mirarla fijamente, disfrutar del olor húmedo de su sexo y de su pelo. Verla acicalándose para mí, sólo para mí. Rozar mis labios con los suyos en el calor de la noche, carnosos, tibios, míos al fin.

Te juro, no hay mejor venganza que esta, no hay venganza más dulce. Pensar que es su mujer. En las calles y los almacenes principales arden banderas multicolores, arden cuerpos que corren como desaforados. Cabezas rodan en las veredas, los asesinos andan sueltos dicen en los transmisores. Tú y yo sabemos lo que pasa ¿no? Hace tanto tiempo ya, tanto tiempo ya..."

Desde lejos se le ve en actitud enarbolada. Colgando de las ramas, sonriente como siempre, juguetón. En sus ojos el horizonte púrupura, la nebulosa estalagmática del mañana, las ilusiones del pueblo, de su madre, de su padre ausente, de los hermanos que nunca tuvo. Sentirse desquimal en lo más profundo, sentir la sangre correr por sus venas brutales, salvajes. Todos menos él y él tan pequeño, tan poco consciente, tan no-culpable.

En las noches Eukna solía hablarle de seres malignos, demonios insoñables, culpables entre otras cosas de la desaparición de su padre, de lña locura de su padre. Le hablaba de que la naturaleza es la naturaleza, que él era él, ella era ella y eso era inalterable, quizás lo único inalterable. Le hablaba de tierras limpias, de campos blancos, de cielos azules de aguas heladas, de corazones puros, de amores verdaderos, de vidas pasadas. El pequeño Smirstchd soñaba y soñaba con aquellas cosas que tan especiales le parecían. Soñaba con el rostro de su padre, hablaba con él.

-Tú eres no menos de lo que yo alguna vez fui, si es que no eres más. Tú posees una capacidad única

-No me conoces, esto es un sueño. No me conoces

-Si te conozco, hijo mío. Los dos somos parte de todo, estamos unidos no sólo por la sangre, estamos unidos por nuestra historia, por nuestros hechos, por nuestros nacimientos y nuestros decesos, nuestra guerras nuestras paces.

-¿Por qué dices que soy especial?

-Porque tienes rostro, hermoso niño. Fíjate en los demás, fíjate

-¿Acaso mis amigos no tiene rostros?

-No son reales, ninguno de ellos lo es. Ellos son parte de una...

-Padre ¡padre!

-El mundo se revuelve, el sistema se revuelve. Tú no has nacido desde el momento mismo en que la vida, la existencia, se fue lejos. Desapareció.

Ilustración: Isabel Arriagada

Título: Díptico